Yo tampoco sé a qué sabe la prisa, cuando me miras parece detenerse hasta el viento. Joder, y que las sonrisas de éste mundo a veces no me parezcan suficientes…, arrastro la sensación de encontrarle en todos los putos lugares de la faz, cosas de locos. Entonces vuelve el frío y lo mejor del día se traduce en llenar de besos púrpuras a Vladimir, tan pequeñajo. “Saludos desde la antecámara, – dirás – bajo unas sábanas verdes no hay mal que nos roce”. Y lo más insensato será creerte y acomodarme en el hueco suave de tu nuca y rodearte de amor fugaz, casi inapreciable, arañando migajas de lo que nunca habrás sido ni querría, maldiciendo el despiste.
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