23 sept 2011

Desorden

No sé, estaba hecha un lío y le envié uno de ésos mails rarunos que antes le enviaba a Laura, le hablé de las sonrisas y las multinacionales y de lo liliputiense que me hago cada vez que se va. Jamás he tenido claro si estas cosas tienen un orden, pero a mí siempre me salen a borbotones, días después de haber estado casi un mes encalladas en la garganta y mira, qué le voy a hacer. Si ya no tengo fuerzas ni para escribir algo bonito, pero sí para ver como las líneas crecen y siguen sin decir nada que pueda resultar(te) interesante. Tengo que aprender a recomponerme una vez de cada 100. Para no perder la costumbre y creerme gigante y enseñarle los dientes a las perras que se relamen con tu nombre. A mi no me importa que las quieras, sólo te he pedido que me abraces. Y me dirás que ya es tarde, que no es tiempo para soñadores, te pondré a Los Piratas y te dormirás cuando quiera besarte. Hoy tengo revuelta hasta la sonrisa y no sé si voy a quedarme muchos telediarios más, pero a éstas alturas ya ni me van ni me vienen las proyecciones que siempre acaban bien cuando al final sale un End, y toda la sala se ha acabado las palomitas. Dichoso frío, y eso que aún no estamos en noviembre, por más ganas que le eche a los cafés que nos tomábamos en la plaza aquella, que por falta de nombre, siempre será la del violinista que me dejó con el alma entre las piernas y éstas, algo más que abiertas. Vamos a centrarnos, que me toca hacerme mayor. Cualquier día empiezo a contarte un cuento de ésos interminables, y te dejo que escojas a los personajes, y me quedo en tu cama-refugio y de allí no me muevo más, capaz.

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