Me muero de sueño y frío. Y ya empiezas a clavarte en mí aunque aún no me he ido. Incluso te sonrío, porque a éstas alturas creo que es la mejor arma contra el miedo. Que no quiero pensar más en el vértigo, que me quedo atrapada en tus besos, en tu propio bucle infinito que no me permite dejarte salir de la cama.
Y ya ves, en éste viaje me acompañan hasta los fantasmas, pero no me asusta porque he tenido tiempo de perderme en tu risa y descubrir más allá de tu frase favorita. Y hurgar en tus libros. Y que algunos me duelan y otros me devuelvan las ganas de quedarme un siglo, o todas las vidas que tiene un gato y seguir rodando de ésa manera tan dulce que es mirarte y sentir que parece que te conozca desde hace una vida y no. Que hay caminos que cuando se juntan ya no hay Dios, ni cura, ni Virgen que los separe, por más tralla que le echen y más caña que nos demos nosotras.
Seguiremos siendo el vivo reflejo del póster de Soñadores de tu habitación y jugaremos a los laberintos bajo las sábanas blancas las noches que nos restan.
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