Mi fe, mi mantra de asfalto, mi presión en el pecho tras
adivinarte en la Gran Vía y no recorrerte, no pasearte, clavarte en la recta
infinita para invisibilizar las curvas imaginarias. Cantarte sobre calles
paralelas. Hacer de mi entraña un espacio abierto al público, pero no común.
Desearte con memoria carnal y pletórica. Desearte con olfato y reconociéndome
en los bares.
Desearte, porque me sobra insomnio para tanto vértigo. Tanto
enredo para toda tu indiferencia. Tanto abrirse en canal para que me pienses en
formato fantasma, formato amenaza, formato ciempiés (ya sabes, tan de no
acabarse nunca este tormento). Pero nunca – insisto, NUNCA – a mi imagen y
semejanza.
A veces quiero mirarme desde tus ojos sólo para ver todo lo
horrible que soy y me inventas.
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