Yo que
sé, éramos cuervos en la noche. Con esa extraña elegancia de la que uno nunca
debería fiarse. Ya lo sabía Edgar Allan Poe. Entonces dime, ¿cómo iba yo a
explicarte que estábamos hechas de sangre y no de viento?
A la felicidad no se
le escribe, se la disfruta.
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