Me va a estallar la cabeza y cuando eso suceda seguiré escuchando al vecino del segundo gritarles a los perros del parque desde el balcón. Será un sonido sordo, un triste plof que llenará la habitación de sangre y materia gris.
En otra vida pasada, tal vez, menos ignorantes con eso de escudriñar ideas y recuerdos, habría montado un pequeño museo antes de la explosión final, así todos los vecinos (incluida la familia Jane y cada y uno de sus repelentes descendientes) habrían descubierto que de tonta no tenia ni un pelo. Que han sido las artes escénicas forzadamente aprendidas por el devenir caprichoso de la vida las que me hicieron aprender todo el repertorio de audaces mentiras y llevarlas a cabo, claro.
En otro tiempo, lo sé, cualquier deshecho visceral habría sido entendido como algo más que basura. Sería arte, serían sueños, serían miedos pegados en la pared de la habitación de una cría de 12 años...
De todas formas, ésta era tecnológica es lo que tiene. Si existiera tal museo, no habrían dudado en ponerle precio a mi cabeza para pagar a grandes coorporaciones el pequeño envenenamiento, etiquetándome como un monstruo de feria ambulante, reticente a los microchips. Sería entonces cuando, tras tantos estudios obsoletos, resultaría un fallo de inexperto imberbe el pensar que la sobrecarga de vida y no la falta de esta, me mató.