- Tienes que hacer algo con la rabia - le dice Carlos señalándole a la rubia de morros que estaba sentada a su lado.
La rabia, como todas las emociones enquistadas, se personifican. Toman los cuerpos ajenos, se estiran del pelo, patalean hasta aburrir y potencian todo aquello que a una le disgusta. En éste caso, la rabia, se había transformado en una guiri australiana con pecas en las rodillas que balbuceaba incoherencias en un idioma raro. La rabia, olía a anís y tenía unas ojeras de miedo. Laura, que es toda una experta en ésto de observar, se había preguntado cuántas noches en vela podría llevar a cuestas, cuántos placebos, cuántas migrañas, cuántas respuestas no dadas y corazones a medias. La rabia, inmune a sus delirios, se aguantaba el flequillo mientras vomitaba sin mucho estilo, un puñado de realidades.